Por: Marcelino Martínez Sánchez
Es la corriente que captura las aguas que escurren del Arroyo del Muerto, del Bajío del Burro, del Arroyo de las Jaritas y del Arroyo del Mal Paso.
Quienes han vivido en Cuauhtémoc desde hace décadas, recuerdan que el Arroyo San Antonio siempre llevaba agua y que en sus márgenes crecían grandes arboledas hoy desaparecidas, víctimas del crecimiento urbano y la poca atención a la preservación de pulmones y sombras.
De hecho los restos de construcción que aun se observan a unos ocho kilómetros al suroeste de la ciudad, poco más allá del campo menonita 1, donde vive Don Abraham Peters, buen historiador y mejor amigo, corresponden a lo que fuera una ranchería rarámuri, conocida como Chócachic, que quiere decir “Lugar de sobras” que servían de descanso a quienes transitaban de San Nicolás de Carretas, pasando por San Ignacio de Coyáchic o del Real de Minas de Cusihuiriáchic, a la misión de la Purísima Concepción del Papigochic (Guerrero).
Al recorrer estos arroyos todavía se pueden ver algunos álamos, sauces y nogales que muestran su consistencia y disposición a no dejarse desaparecer por la destructora costumbre del hombre.
Hay mucho en qué pensar sobre la suerte que han tenido los arroyos que por millones de años han alimentado el mayor valor hidrológico con que contamos, que es la Laguna de Bustillos y que por ahora sólo nos llega, lo que en la memoria queda de los que recuerdan que hace muchos años las tinajas de agua limpia y clara de las corrientes que caen al Arroyo San Antonio, eran aprovechadas para disfrutar de un buen baño dominical, era toda una fiesta, dicen.
De igual memoria es aquel 24 de junio de 1949, cuando la furia de la naturaleza se descargó sobre Cuauhtémoc, en forma de tromba y que el Arroyo San Antonio fue insuficiente para alojar las aguas precipitadas que en mucho rebasaron el puente del ferrocarril acabando con su estructura de madera, arroyando a su paso algunas viviendas, la barde del Faja de Oro, que da al arroyo y el salón de baile de reciente construcción El Bugambilia, con la inundación se quedó en ruinas, acabando con la alegría de los caballeros de la época que con tristeza recuerdan aquella desgracia pero también al paso de las furiosas aguas destruyó el bordo de la presa, quedando solo partes por donde hay uno de los accesos al Barrio de la Presa.
Los que cuentan el hecho no hablan de pérdidas humanas, si acaso el temor sufrido por aquellos que fueron sorprendidos en el vado del paso del Barrio Viejo, al hospital Regional, todo esto en aquella tarde que Cuauhtémoc vivió la mayor precipitación pluvial de su historia.
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