Colonia Álvaro Obregón (Rubio)

Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez

La dotación de tierras para labranza y la configuración de colonias agrícolas para el asentamiento de las familias campesinas son hechos que determinaron la vida comunitaria post-revolucionaria. Al igual que ocurrió con Anáhuac, la colonia Álvaro Obregón es fruto de una exigencia justa por parte de los labriegos.
Colonia Álvaro Obregón se funda, precisamente, en donde se encontraba la Hacienda de Rubio, de la cual aún quedan estructuras que nos permiten reconstruir la vida agrícola de hace más de cien años en ese lugar. La fachada de la Hacienda frente a la Plaza Principal de Rubio es más que elocuente, y su persistencia es un contundente eco del sistema de producción que originó, finalmente, el estallido revolucionario.
El fundador de dicha colonia, el Mayor Miguel Calderón Ramírez (cuyo monumento nos recibe a la entrada del poblado) fue un revolucionario completo, cuyo vigor determinó la creación de dicho centro poblacional, hoy cabecera de la Sección Municipal de Álvaro Obregón.
Nacido el 29 de septiembre de 1879 en San Andrés, Chihuahua, Miguel Calderón Ramírez se va a vivir a la Hacienda del Saucito, enclavada en el latifundio de Bustillos y Anexas. Allí, según palabras de su hijo David Calderón Álvarez, “se dedicó a la agricultura” y “se vio en la necesidad de sembrar con el 50% sobre la cosecha, o sea, a medias como se le nombraba a ese proceder”*.
La misma fuente señala que “se levantó en armas contra los Huertistas, iniciándose así su carrera militar como soldado raso”, combatiendo en San Andrés, Ciudad Juárez y Tierra Blanca, integrándose en la escolta de los Dorados de Villa. Igual participó en batallas en Zacatecas, Coahuila, Aguascalientes, Durango, Guanajuato y Jalisco.
Miguel Calderón Ramírez se ganó, entonces, el grado de Mayor. Cuenta su hijo David que después de la campaña en Sonora, Villa lo comisionó para que pasara por las armas al prisionero Francisco Obregón, hermano de Álvaro. El Mayor Calderón decidió mejor entregarlo vivo a la comandancia militar en la ciudad de Chihuahua. Era el 16 de enero de 1916. Gesto se agradecería después el General Álvaro Obregón. Luego de esto, Calderón pasaría a las filas carransistas.
Con la llegada de los menonitas, los campesinos mexicanos parecían quedar desprotegidos, pero Miguel Calderón estuvo alerta. Emprendió el viaje a la capital del país para entrevistarse con el Presidente Obregón y plantearle la preocupación de su gente. Era el mes de enero de 1922.
El Mayor Calderón le muestra el Presidente de la República una carta escrita de puño y letra de Francisco Obregón:
“Querido hermano:
El portador de la presente Sr. Miguel Calderón, fue el jefe que me sacó de Agua Prieta, y que se portó muy bien conmigo.
Así es que lo que hagas por él te lo agradezco.
Tu hermano que te quiere,
Francisco Obregón.”
El General Obregón respondió inmediata y satisfactoriamente. Se habría de crear la Colonia Agrícola Álvaro Obregón, cuyo nombre es en gratitud a la voluntad del gobernante. El 15 de agosto de 1922, el Gobernador del Estado Ignacio C. Enríquez, inaugura el nuevo centro de población.
*Biografía y actuación revolucionaria del Cid Ex-Mayor Miguel Calderón Ramírez. David Calderón Álvarez. 30 de abril de 1980. Archivos de la Sociedad de Estudios Históricos de Cuauhtémoc.

EL ARROYO SAN ANTONIO


Por: Marcelino Martínez Sánchez





Es la corriente que captura las aguas que escurren del Arroyo del Muerto, del Bajío del Burro, del Arroyo de las Jaritas y del Arroyo del Mal Paso.
Quienes han vivido en Cuauhtémoc desde hace décadas, recuerdan que el Arroyo San Antonio siempre llevaba agua y que en sus márgenes crecían grandes arboledas hoy desaparecidas, víctimas del crecimiento urbano y la poca atención a la preservación de pulmones y sombras.
De hecho los restos de construcción que aun se observan a unos ocho kilómetros al suroeste de la ciudad, poco más allá del campo menonita 1, donde vive Don Abraham Peters, buen historiador y mejor amigo, corresponden a lo que fuera una ranchería rarámuri, conocida como Chócachic, que quiere decir “Lugar de sobras” que servían de descanso a quienes transitaban de San Nicolás de Carretas, pasando por San Ignacio de Coyáchic o del Real de Minas de Cusihuiriáchic, a la misión de la Purísima Concepción del Papigochic (Guerrero).
Al recorrer estos arroyos todavía se pueden ver algunos álamos, sauces y nogales que muestran su consistencia y disposición a no dejarse desaparecer por la destructora costumbre del hombre.
Hay mucho en qué pensar sobre la suerte que han tenido los arroyos que por millones de años han alimentado el mayor valor hidrológico con que contamos, que es la Laguna de Bustillos y que por ahora sólo nos llega, lo que en la memoria queda de los que recuerdan que hace muchos años las tinajas de agua limpia y clara de las corrientes que caen al Arroyo San Antonio, eran aprovechadas para disfrutar de un buen baño dominical, era toda una fiesta, dicen.
De igual memoria es aquel 24 de junio de 1949, cuando la furia de la naturaleza se descargó sobre Cuauhtémoc, en forma de tromba y que el Arroyo San Antonio fue insuficiente para alojar las aguas precipitadas que en mucho rebasaron el puente del ferrocarril acabando con su estructura de madera, arroyando a su paso algunas viviendas, la barde del Faja de Oro, que da al arroyo y el salón de baile de reciente construcción El Bugambilia, con la inundación se quedó en ruinas, acabando con la alegría de los caballeros de la época que con tristeza recuerdan aquella desgracia pero también al paso de las furiosas aguas destruyó el bordo de la presa, quedando solo partes por donde hay uno de los accesos al Barrio de la Presa.
Los que cuentan el hecho no hablan de pérdidas humanas, si acaso el temor sufrido por aquellos que fueron sorprendidos en el vado del paso del Barrio Viejo, al hospital Regional, todo esto en aquella tarde que Cuauhtémoc vivió la mayor precipitación pluvial de su historia.

Batopilas. 300 años del Real de Minas de Acanasaina




Por: Marcelino Martínez Sánchez





Hacia 1676, los frailes jesuitas fundadores de la Misión de San Miguel de Satevó, fueron los primero hombres de civilización occidental que nos dejaron información sobre la portentosa barranca que los rarámuris llamaban Bachotigori (“Lugar de aguas encerradas”), como igual refirieron de las características del suelo y rocas, profusión de flora tropical y abundante fauna, con que atrajeron en 1708 a exploradores españoles por esa agreste parte de la sierra de Chihuahua, localizando las muy ricas vetas de plata que dieron origen al mundialmente famoso mineral de Batopilas, descomposición castellana de la palabra indígena Bachotigori.
Por corresponder a la Provincia de la Nueva Vizcaya, con capital en Durango, pero con administración en Parral, el Real de Minas de Batopilas abrió su primer trazo de comunicación con aquel otro Real, por donde salieron las primeras grandes remesas del rico metal con que España pagaba sus compromisos comerciales al resto de Europa y otras regiones del mundo. Con la fundación de San Felipe del Real (Chihuahua) y el establecimiento más autorizado para el control minero, se fija otra ruta por donde la naturaleza sabia y caprichosa puso acomodo en su relieve las mayores cantidades de plata en las barrancas de la Sierra Madre, conformando con el surgimiento de otros muchos centros mineros como: Urique, Maguaríchic, Yoquivo, Uruáchic, Ocampo, Pinos Altos, Dolores, Cusihuiriáchic y Santa Eulalia. Esta última con Santa Bárbara, San Francisco del Oro y Parral conformó la figura del gran triángulo de la plata, que ya alguien advirtiera.
Así pues, batopilas graba su historia en mayúsculas de plata para ser reconocida por presentes y futuras generaciones, las cuales han de saber que este lugar de “aguas encerradas” no solo se trata de una formidable barranca a la que hay que retar, sino que también es la tierra que viera nacer a Gabriel Aguirre, quien fue Gobernador del Estado allá por 1880. Además, Batopilas es cuna de uno de los Siete Sabios de México: Don Manuel Gómez Morín.
Batopilas, heredera de tradiciones que tipifican al hombre de la barranca, será en estos días el punto de partida de la Conducta de la Plata, con lo que rendirá homenaje a la ciudad de Chihuahua en sus casi trescientos años de fundación.

Fiestas patrias



Por: Marcelino Martínez Sánchez


El 16 de septiembre estamos de fiesta, en memoria del glorioso momento en que el párroco de Dolores, en Guanajuato, Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla y Gallaga, mejor conocido como el “cura” Hidalgo, en el amanecer de ese día de 1810, arengó a la masa de oprimidos a rescatar su dignidad de personas, arrebatada durante trescientos años por el insaciable español ávido de riqueza y explotación.
A San Felipe el Real de Chihuahua le tocó ser testigo, como cabecera de la comandancia militar de las provincias internas, del juicio y muerte de Hidalgo y de los caudillos que con él fueron traicionados en Norias de Baján, cerca de Monclova, en el hoy estado de Coahuila.
Suerte tan dolorosa caló profundamente en el espíritu de las gentes de esta muy lejana provincia, pero que agradecida con aquellos que se ofrendaron por la libertad de los irredentos, convirtieron en recintos sagrados todos los lugares donde pasaron sus últimos días los caudillos de la insurgencia independentista, como los monumentos que con cabeza de águila marcan la ruta de la independencia desde Dolores a Chihuahua.
El calabozo donde Hidalgo dedicó unos versos al alcaide y su carcelero, palabras que identifican al hombre bueno, reflejo de su religión. El lugar donde fue fusilado el 30 de julio de 1811, convertido en Altar a la Patria. El templo de San Francisco, donde unas placas explican la permanencia de los restos del cura de Dolores en ese lugar. Y la Plaza Hidalgo, que tiene las esculturas de estos héroes fusilados en Chihuahua.
Con los decretos de la naciente República Mexicana, reconociendo como héroes de la Patria a los primeros caudillos, se rescatan sus restos junto con las cabezas que fueron expuestas en jaulas en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, y depositarlos en lo que ahora conocemos como el Ángel de la Independencia en la capital de la República.
Los chihuahuenses como sociedad triunfante del movimiento de independencia, dieron el nombre de los caudillos a muchas poblaciones, sustituyendo el que habían puesto los españoles durante la Colonia, así: San José del Parral, pasó a ser Hidalgo del Parral; San Bartolomé, Valle de Allende; Huejoquilla, Jiménez; Santa Rosalía, Camargo; Santa Cruz de Tapacolmes, Rosales; San Jerónimo, Aldama; y la Purísima Concepción, Guerrero.
El reconocimiento y agradecimiento a los que nos dieron patria y libertad continúa den las generaciones de nuevos mexicanos, por eso los nombres de los caudillos insurgentes están en los pueblos, calles, instituciones, organizaciones y en todo aquello que sublima el ideario de Morelos, la magnanimidad de Nicolás Bravo, el arrojo de Guadalupe Victoria, la grandeza de Galeana o la lealtad de Matamoros.
Nos sobran motivos para celebrar en todo lo que vale la felicidad de la independencia y libertad por la que tanto se luchó y se lucha.
¡Viva México!

Anáhuac

Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez


Anáhuac. Aquí está, en un punto geográfico que ha sido generoso en cuanto a recursos naturales. Es un lugar que ha sido bueno con la vida. Restos fósiles de plantas y animales han delatado la antigüedad de tal generosidad.
Esta localidad ha sido poblada diacrónicamente por tarahumaras y apaches, por servidumbre de terratenientes, por obreros de industrias que trajeron bonanza económica a la región. Lugar de pesca, de cacería, de ganadería, de agricultura, de comercio y de industria. Lugar de gente con fe inquebrantable.
Antes de que el complejo industrial encabezado por Celulosa de Chihuahua viniera a dar auge económico a esta zona, Anáhuac era ya una inquieta comunidad con mucho entusiasmo. En el primer cuarto del siglo veinte la inspiración agrarista motivaba a los pobladores de la región. De hecho, el nacimiento de Anáhuac como sección municipal de Cuauhtémoc obedece, principalmente, al vigor mostrado por los productores agrícolas de la Laguna de Bustillos.
Anáhuac es un centro poblacional enclavado prácticamente en el corazón mismo de lo que llegó a ser la Hacienda de Bustillos. En 1923 gracias a la voluntad tesonera de Guadalupe Gardea Montes de Oca, se fundó la Colonia Agrícola Gardea, en las inmediaciones del rancho “Charco largo”, en el costado suroeste de la Laguna de Bustillos. Don Guadalupe se convirtió en eficaz líder de los campesinos laguneros que esperaban dotación de tierras cultivables una vez concluida la Revolución iniciada en 1910. La entrega de dichas tierras se llevó a cabo de manera oficial hasta 1931, convirtiéndose en un ejido.
Con el ímpetu propio del crecimiento y la prosperidad, la Colonia Gardea se convierte en Anáhuac, Sección del Municipio de Cuauhtémoc, el 17 de diciembre de 1932. Con esta categoría se reconoce el papel de Anáhuac en la conformación del nuevo orden político y económico que se venía construyendo.
Fue la bondad geográfica de Anáhuac la que atrajo la inversión industrial a mitad de siglo, cuando al sur de la colonia comenzaron a erguirse a partir de 1953 las imponentes estructuras de acero y concreto que serían las plantas de Celulosa y Viscosa, que comenzaron operaciones en 1956 (luego vendría la planta de Ponderosa). Al frente de ellas, rumbo al poniente, se construyó el conjunto habitacional para obreros y empleados de las empresas. Pozos de agua fueron perforados en considerable cantidad entre la laguna y las fábricas, pozos cuya operación automatizada dependía de un centro de control ubicado justo enfrente de la estación del tren.
Factor determinante: el agua, el recurso vital, el recurso más valioso con que puede contar una comunidad. Anáhuac es, por decirlo, una población ciento por ciento hidrogénica, como lo fueron todas aquellas comunidades que ocuparon las inmediaciones del vaso lacustre que igual parió a “Charco largo”, vaso que a veces quedó casi vacío, provocando con ello más de una emigración.
“Anáhuac”, término de origen náhuatl, significa etimológicamente “lugar de abundante agua”. Toponimia más acertada no pudo ser, pues si un factor que ha contribuido al desarrollo y mantenimiento de la comunidad anahuaquense es, evidentemente, el agua.
Las voces que resuenan como eco de los primeros colonos del lugar cuentan que en Anáhuac era cosa de lo más común encontrar “ojitos” donde los borbotones del preciado liquido regaban las praderas y refrescaban tanto a bestias como a humanos durante las pesadas jornadas en el campo; los aguajes terminaban nutriendo con su caudal el vaso de la laguna que, bajo el espejo de su superficie, amparaba flora y fauna acuáticas de lo más diverso.
Aún en la década de los setenta del siglo pasado las familias de Anáhuac podían disfrutar de campamentos alegres y reconfortantes cerca de los manantiales. Hoy nos imaginamos aquellos parajes, recuperados de una memoria que guardan los anahuaquenses.

Aquellos hoteles

Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez

Inconcebible nos resulta el desarrollo de negocios en una comunidad económicamente fuerte sin la asistencia de los servicios de hospedaje para los agentes que, por la naturaleza de sus actividades, inciden en la dinámica de dicho centro poblacional.
La estación de tren del rancho San Antonio de Arenales, inaugurada el último día de 1899, se convirtió en el corazón del poblado que dio origen a Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua. Comenzaba, de esta forma, el desarrollo de una comunidad cuyo ímpetu se aferraría principalmente a la actividad comercial para lograr la prosperidad que ha logrado en su joven vida.
No es difícil imaginar el impacto que causó la llegada del tren a esta zona. En las inmediaciones de la estación florecían los negocios del ramo comercial, especialmente los relacionados con los abarrotes y la compra-venta de semillas y ganado. La economía local comenzaba a consolidarse gracias al tren. Así, este medio de comunicación se convirtió en propulsor determinante del desarrollo urbanístico que en la actualidad ampara a más de ciento veinte mil almas.
Durante el primer cuarto del siglo veinte, se fue conformando la mancha urbana alrededor de la estación, la cual se convirtió en lugar de destino para muchas personas que llegaban por tren a esta zona, un sitio donde el sector de los servicios veía terreno fértil.
Aunque no funcionaba un hotel, algunos de los primeros vecinos asentados en la recién nacida comunidad brindaban hospedaje a uno que otro viajero, y no fueron pocos los personajes que pernoctaron en las reducidas instalaciones de la propia estación, donde el jefe de la misma percibió la gran oportunidad de negocio.
En el año 1927, el cual es significativo para la historia de la localidad, el señor Benito Núñez Calderón, quien era el jefe de la estación, decide poner en operación el primer hotel justo enfrente de la estación: el “Hotel Núñez”, que se encuentra aún en el mismo domicilio. Sin duda que se trató de un acierto, tanto que no tardaron otros en hacer la competencia.
A decir de algunos vecinos del pueblo, después del hotel del señor Núñez, comenzaron a prestar sus servicios otros más, sobre la misma Avenida Juárez. Uno de esos hoteles fue el “Jansen”, el cual, según aquellos que lo conocieron, pertenecía a una familia de menonitas, los cuales, desde su arribo a estas tierras en 1922, vieron la necesidad que había del servicio de hospedaje en un establecimiento adecuado. Es muy probable que este hotel sea el mismo que, a partir de 1928, se llamó “Hotel Cuauhtémoc”, ubicado en la esquina de la Avenida Juárez y la calle tercera.
Luego, al poco tiempo, por la misma avenida pero en su encuentro con la calle séptima, surgió el “Hotel San Antonio”, honrando el nombre de la localidad, la cual crecía a un ritmo tan implacable como acelerado, extendiéndose ya hacia el sur de las vías, en donde a las orillas se construía la plaza principal.
Ocurrió después que en la Avenida Reforma, entre las calles tercera y quinta, se estableció el “Hotel Águila”. Cuauhtémoc ostentaba un vigoroso desarrollo, políticamente la municipalización lo constataba, y económicamente la producción agrícola lo apoyaba.
Las décadas de los veinte y los treinta fueron marco de momentos decisivos para la consolidación económica, política y social de Cuauhtémoc, en la cual, el sector de los servicios tuvo mucho que ver. Los primeros hoteles fueron, seguramente, empresas que apuntalaron la firmeza con la cual nuestro pueblo cimentó su ascenso.