Por: Marcelino Martínez Sánchez
Poco antes de la pacificación de Pancho Villa, llegó a la Hacienda de Santa Lucía –hoy mancomún Guadalupe Victoria, en el municipio de Cuauhtémoc- una partida de soldados a los que el pueblo veía mal y les llamaba “pelones” o “carrancistas”.
Dichos militares buscaban comida, a lo que un jefe de familia accedió, aunque no con mucho agrado (y no por la falta de costumbre del ranchero chihuahuense en cuanto a actuar con hospitalidad) ante la experiencia que se tenía del comportamiento de las tropas federales.
En cuanto aparecieron las mujeres, quienes habían permanecido ocultas, se dispusieron a preparan los alimentos y uno de aquellos impertinentes arrinconó a una de las muchachas, queriendo abusar de ellas.
El dueño de la casa acudió rápidamente en auxilio de su hija, recibiendo por ello una tremenda golpiza de los que en mala hora ahí llegaron. Sin más, los representantes del gobierno federal tan luego comieron se retiraron con rumbo a San Antonio de Arenales, dejando atrás sólo miradas y gestos de desprecio.
Cuentan, los que ha su vez han venido escuchando la historia, que días después del lamentable suceso, unos vaqueros encontraron rumbo al poniente de la hacienda al soldado aquél. El cuerpo del militar colgaba de un encino, sin vida. Esto hizo suponer que sus propios compañeros lo ajusticiaron por la vergüenza que pasaron en ese lugar.
Desde entonces, aquel paraje próximo a la Cueva de los Portales, es conocido como “El Cerro del Ahorcado”.
Dicho cerro se localiza en la sucesión de cerros que empieza con el Cerro del Duraznito (donde hoy está el Parque El mirador, en ciudad Cuauhtémoc), y sigue hasta el Cerro del Chiquihuite.
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