El Rancho de Bustillos
Por: Marcelino Martínez Sánchez
Don Mateo Domínguez, ante las bondades geográfico-ambientales que ofrecían los territorios adquiridos, no dudó en convertir aquellos maravillosos parajes en algo promisorio, que distinguiera aún más su prosapia, como así lo fue al desarrollar una de las más famosas ganaderías de que se tenga noticia, aunque se tratara de una empresa no garantizada, por aquello del persistente reclamo de los indios desplazados por el avance conquistador, la circunstancia obligó a que las construcciones más que de vivienda y ganaderas parecieran auténticas fortalezas, siempre dispuestas a resistir los ataques rarámuris o apaches, de tal suerte que para cuando don Juan José Bustamante ocupó como dueño el rancho Bustillos, aunque ofreciera las mejores condiciones de ubicación al poniente del famoso Charco Largo, el hostigamiento cada vez más osado de los apaches obligó al casi total descuido y abandono de la ganadería, que no resistió la quiebra, quedando fiscalmente muy comprometida y que luego, gracias a las facilidades dadas por el gobierno de Chihuahua, fue adquirida por don Alejandro Cuilty, que posteriormente vendió al trío de socios y parientes: Luis Terrazas, Carlos Moye y Pedro Zuloaga, quedando finalmente como único dueño éste último, que definitivamente no aguantó las incursiones de Jerónimo y trasladó la estancia a las proximidades del picacho, lugar donde hasta la fecha podemos contemplar las majestuosas instalaciones que hablan de un refinado crecimiento de finales del siglo XIX y principios del XX, o sea, del fin de la apachería a la revolución; período que conocemos como porfiriato, en el que no sólo la Hacienda de Bustillos, sino cualquier hacienda de México tuvo su época de esplendor.
Observando el lugar donde estuvo el rancho Bustillos, podemos señalar que hay una pequeña prominencia rocosa que ofrecía repechos para los animales, quedando las casas para el lado sur del pequeño cerro y a unos 200 metros con rumbo a la laguna había un gran manantial que ocupaba aproximadamente una hectárea, donde sus profundas fosas permitían la existencia de dos o tres clases de peces y otros animales acuáticos, y en sus alrededores una arboleda que se prolongaba por una acequia rumbo al rancho.
Hoy, corrales, casas, tules y aguas cristalinas sólo son parte de la narrativa.
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