Discurso de Inauguración de la Exposición Fotográfica de Libertad Villarreal en Cusihuiriachi el 19 de Julio de 2009
Por: Lic. Fernando Suárez Estrada.
El historiador chihuahuense, Don Francisco R. Almada, en su obra “Resumen de la Historia del Estado de Chihuahua”, reconoce que “no existen elementos suficientes para escribir seriamente sobre la procedencia y origen de las tribus indígenas que habitaban primitivamente en el solar chihuahuenses”. Inclusive, en publicación oficial de la Coordinación Estatal de la Tarahumara, del Gobierno del Estado, intitulada “culturas indígenas del Estado de Chihuahua”, se acepta que “nadie sabe el origen de los tarahumaras… unos dicen que vinieron del norte con las tribus que pasaron por Casas Grandes, otros opinan que son descendientes de los aztecas”.
Sin embargo, existe una hermosa versión sobre el origen de esta cultura y nos la da a conocer el historiador mexicano Don Vicente Riva Palacio, en la obra monumental “México a través de los siglos”, en la que asegura que “la llegada de la raza Nahoa fue antes de 3000 años de nuestra era” y subraya que apoyado en los “descubrimientos y progresos de la ciencia” los Nahoas “vinieron por la Atlántida” Estableciéndose muchos de ellos en Valles y serranías del estado de Chihuahua.
Y así son…, así han sido siempre, como los apreciamos en estas obras fotográficas, que son expresivas biografías del ayer, hoy y siempre de un pueblo mágico, y que un día vino desde la Atlántida, esa isla fabulosa de la que hablaba Platón en sus diálogos “Timeo” y “Critias”, y que hace siglos se hundió para siempre en el Océano Atlántico; así han sido desde que originariamente se establecieron en la llanura, en las lagunas de los Mexicanos y de Bustillos; desde que los conquistadores españoles les arrancaron sus tradiciones, sus creencias, sus almas; desde que los expulsaron de su paraíso y los arrojaron a las cuevas de las montañas.
Así como los vemos en estas fotografías, así eran, así se conservan muchos, así de titanes, así de imponentes, así de contemplativos, así de amorosos, así de tristes. Así son los eternos tarahumaras, los atlantes de ayer y hoy. Así de intensa es la luz de su mirada y de su historia toda, que hoy nutren la identidad de los que ocupamos el espacio que un tiempo fue suyo.
Aquí estamos, ante estas obras impactantes de Libertad Villarreal, descubriéndonos: orgullosos, por una parte, de la herencia que hemos recibido de la luminosa y milenaria Cultura Tarahumara, pero también, por otro lado, siendo exhibidos como los chabochis insensibles, devoradores y deshumanizados, que no damos su lugar a su sabiduría ancestral entre nosotros. Buenos somos para reconocerla, pero no para valorarla, y la civilización moderna los sigue empujando más allá de las espesas nieblas, de las noches sin luna, hasta esconderlos detrás de las estrellas más lejanas.
Somos los expulsores de la sabiduría, de la sencillez, de las almas valerosas. Inclusive, ahora los narcos –esos chabochis sin alma de la civilización moderna- les roban sus escasos bienes, su tranquilidad y ese gesto de inocencia que tanto se empeñan en enseñar a la humanidad y que no hemos ni siquiera aprendido a imitar a través de años y siglos.
En estas imágenes se escucha un grito del alma para volver la vista y el corazón hacia los valores de las tradiciones ancestrales, a la esencia humana, a la civilización verdadera.
Gritos de amor tenemos como mensajes, y gritos de Libertad –la autora- para señalarnos resplandores acariciantes e inextinguibles.
Indiscutiblemente que aquí se observa la hermosura humana, ahora amenazada por mostruos que intentan destruirla. Aquí está la fortaleza de la Cultura Tarahumara, respondiendo, alzando la voz muy silenciosamente, dejando ver, en forma sencilla, pero clara, los valores eternos de la tradición, el amor y la contemplación, que son tesoros del buen ser humano de siempre.
La vida de los tarahumaras es maestra para todas las generaciones. Díganlo si no estas fotografías, esta elocuencia de Libertad que captura paisajes, rostros, símbolos, colores, almas, luces de siglos, caminos nuevos, momentos de eternidad, esperanzas, esperanzas y esperanzas…
Aquí, ante estas piezas de comunicación visual y espiritual, la vida se revalora. Aquí no hay muerte. El sensible nervio óptico y el alma universal de Libertad están conectados con el remoto pasado y el inconmensurable futuro esperanzador. El Tarahumara, su Tarahumara, es un mensajero de la comunión fraternal, espiritual.
Aquí, en estas fotos, cabemos todos. Libertad nos comunica con los valores positivos de los tarahumaras de todas las épocas. Aquí, todos-todos-todos estamos involucrados con razones, con corazones, con justicias por alcanzar, con inocencias por aprender.
Aquí, en Cusihuiricachi, en la tierra donde floreció, hace tres siglos, el amor terco e increíble del plebeyo exsoldado Antonio Rodríguez y la hermosa doncella María de Quiroga (hija del rico minero Don Juan de Quiroga), leyenda-realidad o realidad-leyenda que dio nacimiento a esta comunidad de almas que ha luchado siempre por alcanzar sueños distantes, pero jamás imposibles, Libertad nos coloca ante un horizonte de solidaridad y amor hacia nuestros semejantes milenarios, los majestuosos atlantes tarahumaras, como los califica el poeta Antonin Artaud, al reconocer y elogiar la pulcra santidad de sus valores tradicionales.
Los tarahumaras, en estas tierras, al chocar las culturas de conquistadores y conquistados, fueron trabajadores encadenados a las minas, además de evangelizados al cristianismo, religión desconocida para sus adentros.
Y, sin embargo, se reconoce por tirios y troyanos que fue un sencillo y humilde tarahumar, en San Joseph del Parral, quien liberó al enamorado Antonio Rodríguez del cepo que lo humillaba, ante la mirada de españoles de primera y de tercera, y de indios de quinta, y que le impedía correr hasta aquí, hasta este valle de esperanzas, donde se encontraba el tesoro inalcanzable que era su amada, su amor del cielo, Doña María de Quiroga.
Y finalmente la leyenda bendita admite que aquel tarahumar liberó al plebeyo, según la versión de Don Victoriano Díaz, gracias a la promesa de pago de cuatro reales que le hizo aquel enamorado (concepto de honor para justo pago de favores, transmitido por la civilización española). Pero, cuenta la tradición oral, que además de la retribución económica, seguramente el indígena actuó también por comprensión hacia el amor imposible de la pareja mencionada.
Podemos decir que así nace no sólo la consagración de un romance inmortal, sino también las bases del nuevo código de entendimiento entre dos culturas luminarias. Nace, pues, la convivencia y reacomodo entre valores mutuos.
Indiscutiblemente que la historia y la epopeya son hermanas.
Y por último, ¡qué bueno que se retrate a los gigantes del alma y a sus tierras!
El poeta Vicente Magadaleno cantó en un momento de su admirable inspiración:
“Alabemos, oh hombres
a los pies que acarician la Tierra
y a los cuerpos todos
que saben comulgar con la Tierra,
y en un supremo, noble delirio por la Tierra,
levantan, con nosotros, sus himnos a la Tierra.”
Aquí, Libertad Villarreal evoca y provoca sentimientos de encuentro, de respeto a la vida, al hermano, al viento, al entorno; es arquitecta de luces, moldeadora de sombras, salvadora de ayeres y futuros, fotógrafa mexicana de reconocimiento internacional, que hace hoy un homenaje a los seres humanos y su suelo –duro, blando, escarbado, impenetrable, conquistado- con esta muestra sobre la cultura tarahumara.
Inmortalidad, fragancias dulces, denuncia, luces que ciegan, miradas sin edad, tonalidades que gritan, tonadas que arrullan.
Millones de señales de la paz son estas fotografías, lecciones para derrotar a la injusticia, para la reconciliación universal, tesoros estéticos, técnica y amor por la humanidad.
Nuestro respeto, agradecimiento y admiración profundos, amiga…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.