Cusihuriáchic, en su 321 aniversario


Por: Marcelino Martínez Sánchez

Aquí donde los sabios rarámuris vieron en el cerro alto la forma del palo parado o “cusi”, que es el bastón sagrado heredado al indio que conserva toda la sabiduría tarahumara.
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Estas tierras fueron vistas por los españoles hacia el 1649, cuando el gobernador de la Nueva Vizcaya, don Diego Guajardo Fajardo, reprimía a los tarahumaras sublevados del rebelde Teporaca.
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La primera vista que tuvieron los españoles de estas tierras fue la abundancia de corrientes de agua, de lagunas y abundancia de bosques.
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El avance evangelizador de los frailes jesuitas llevó a que los indígenas de aquí acudieran a la atención de Barrio Nuevo y Gamboa en la misión de San Bernabé que fundaron hacia 1674.
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Buscando protección al castigo paterno de María Quiroga, Antonio Rodríguez Encontró en esta sagrada serranía las vetas de plata que desde aquel 4 de agosto de 1687 convirtió a Cusihuiriáchic en el Real de Minas que la religión española puso bajo el amparo de Santa Rosa de Lima.
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Con 321 años Cusihuiriáchic recuerda las inmensas riquezas extraídas de sus minas como San Bernabé, San Miguel, Promontorio y La Reina, que su filón de plata provocó muchos comentarios, mitos y leyendas en 1897.
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Es importante momento para hacer desfilar en la memoria de este pueblo minero nombres y apellidos que aparecen en la muy rica historia de Cusihiriáchic y que están relacionados con la plata, empezando con Antonio Rodríguez y María Quiroga, Cortez de Monroy, Trasviña y Retes y muchos más.
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Que se sepa que a la plata de Cusihuiriáchic están asociados también los apellidos Nevárez, Ramírez, Barbier y Salas, en la bonanza de La Reina y la jugada tracalera de Mc Curdy.
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En la suerte de este mineral está Mr. Fink, quien en 1937 provocó la inundación de las más importantes minas, trasladando sus intereses mineros a la ruidosa y novedosa mina de oro de Maguaríchic.
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Del viejo mineral de Cusihuiriáchic a más de la la leyenda de su fundación, son bonitas la leyenda de “La Reina” y el mito de “El Nazareno Milagroso”.
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Cusihuriáchic ha sido en dos ocasiones capital del gran estado de Chihuahua, en 1876 y en 1928.
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El patriota republicano, vencedor de la batalla del Mortero, asesinado y quemado en Los Álamos de Cerro Prieto en 1866, era originario de Cusihuiriáchic.
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A partir de 1911, Cusihuiriáchic estuvo comunicado por un ferrocarril que corría a San Antonio de Arenales, hoy Cuauhtémoc.
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Otros destacados hijos de Cusihuiriáchic lo fueron el director de cine Graciano “Chano” Urueta y el ilustre nutriólogo Doctor Salvador Zubirán.
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La decadencia minera de Cusihuriáchic en 1937 lo llevó a convertirse en un pueblo fantasma y que al rescatarse su inmensa riqueza histórica se ha convertido en un pueblo mágico al que la antropología pronto lo convertiría en un lugar sagrado por el origen de su nombre.
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Cusihuriáchic fue de los municipios con que nace el Estado Libre y Soberano de Chihuahua, con la República Mexicana en 1824.

El cumpleaños de Cusi







Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez

El mineral de Cusi celebra su cumpleaños el cuatro de agosto. Hace trescientos veintiún años se descubrió la veta de plata que desataría el vertiginoso ascenso de un poblado que llegó a trascender política, social y económicamente.
La historia del origen de Cusihuiriachi resulta ser una clásica historia romántica en la cual el amor hace milagros… y la plata también. Una fuga pasional y el abrigo de una fogata. El amor y la fortuna. La riqueza y un final feliz.
El mineral de Santa Rosa de Cusihuriachi se descubre en el verano de 1687. Dicen que el fuego de una hoguera, cuyo calor cobijaba a una pareja de enamorados que huía desde Cieneguilla, produjo un hilillo plateado que causó el asombro de los amantes. Y aparte del asombro les ocasionó un desahogado porvenir.
Los personajes de esta idílica historia –que a fuerza de repetirse se ha convertido en relato oficial- son los jóvenes Antonio Rodríguez y María Quiroga. Él, un peón minero del Real de Minas de Cieneguilla, quien llegó a la región expulsado de Nuevo México; ella, la hija consentida de un rico y poderoso propietario del mencionado mineral.
Antonio y María se conocen y se enamoran. El padre de ella, como era de esperarse, se opone a la relación. La pareja decide huir. Los persiguen. Se esconden en los pliegues rocosos de la orilla de la serranía. En la madrugada del cuatro de agosto encienden una hoguera cuyo calor y luz delatan el metal entre las piedras.
Así que: más que la “luna de miel”, fue la “luna de plata” la que les garantizó un buen futuro. Sobra decir que el muchacho vagabundo y pobretón que tuvo la osadía de robarse a la hija del rico del pueblo, terminó siendo bien aceptado por éste, naturalmente.
Comenzaba la historia del mineral de Cusihuriachi, que junto a Parral y Santa Eulalia, contribuiría a una época grandiosa de nuestro estado. Se le llamó Santa Rosa de Lima en honor a una mujer de la época, cuyo nombre había trascendido las fronteras de Perú, en donde, según los fieles, hacía milagros.
Cusi celebra su nacimiento. El próximo domingo tres de agosto, a partir de horas tempranas, se llevará a cabo una cabalgata desde Cieneguilla hasta el mineral cumpleañero, donde el arribo esta programado para las cinco de la tarde. Es la “cabalgata del amor”, aludiendo al escape que terminó por dar origen al mineral. Muchas parejas (se espera que sean por lo menos cien) habrán de participar en dicha cabalgata.
El mismo domingo, en el poblado de Cusihuiriachi, habrá música, cantantes y grupos de danza. Termina la jornada con un baile enfrente de la Presidencia Municipal. Y el día cuatro se realizará una ceremonia cívica, así como proyección de documentales y una conferencia sobre el mineral. Vamos, pues.

El Rancho de Bustillos




Por: Marcelino Martínez Sánchez

Don Mateo Domínguez, ante las bondades geográfico-ambientales que ofrecían los territorios adquiridos, no dudó en convertir aquellos maravillosos parajes en algo promisorio, que distinguiera aún más su prosapia, como así lo fue al desarrollar una de las más famosas ganaderías de que se tenga noticia, aunque se tratara de una empresa no garantizada, por aquello del persistente reclamo de los indios desplazados por el avance conquistador, la circunstancia obligó a que las construcciones más que de vivienda y ganaderas parecieran auténticas fortalezas, siempre dispuestas a resistir los ataques rarámuris o apaches, de tal suerte que para cuando don Juan José Bustamante ocupó como dueño el rancho Bustillos, aunque ofreciera las mejores condiciones de ubicación al poniente del famoso Charco Largo, el hostigamiento cada vez más osado de los apaches obligó al casi total descuido y abandono de la ganadería, que no resistió la quiebra, quedando fiscalmente muy comprometida y que luego, gracias a las facilidades dadas por el gobierno de Chihuahua, fue adquirida por don Alejandro Cuilty, que posteriormente vendió al trío de socios y parientes: Luis Terrazas, Carlos Moye y Pedro Zuloaga, quedando finalmente como único dueño éste último, que definitivamente no aguantó las incursiones de Jerónimo y trasladó la estancia a las proximidades del picacho, lugar donde hasta la fecha podemos contemplar las majestuosas instalaciones que hablan de un refinado crecimiento de finales del siglo XIX y principios del XX, o sea, del fin de la apachería a la revolución; período que conocemos como porfiriato, en el que no sólo la Hacienda de Bustillos, sino cualquier hacienda de México tuvo su época de esplendor.
Observando el lugar donde estuvo el rancho Bustillos, podemos señalar que hay una pequeña prominencia rocosa que ofrecía repechos para los animales, quedando las casas para el lado sur del pequeño cerro y a unos 200 metros con rumbo a la laguna había un gran manantial que ocupaba aproximadamente una hectárea, donde sus profundas fosas permitían la existencia de dos o tres clases de peces y otros animales acuáticos, y en sus alrededores una arboleda que se prolongaba por una acequia rumbo al rancho.
Hoy, corrales, casas, tules y aguas cristalinas sólo son parte de la narrativa.

Primeros Propietarios


Por: Felipe Valero Martínez

Antes de adentrarnos en la larga madeja de la historia, es justo recalcar que estas tierras que ahora nos cobijan pertenecieron solamente a una identidad etnológica: los tarahumaras. Ellos fueron los primeros en aposentarse en estos lugares; por lo tanto, fueron los amos y señores por largos siglos, nadie más; hasta la llegada de los elementos básicos de la conquista, primero la cruz, después la espada, el arcabuz, la lombarda… y el látigo.
No había límites en cuanto a la pertenencia de la tierra; eran muy anchos y dilatados, por tanto, oscuros, ignorados. Nunca hubo una demarcación precisa en la cual se iniciaran o se terminaran los señoríos o reinos de las distintas tribus que pululaban por estos lugares. Las annuas y crónicas de los misioneros jesuitas o franciscanos básicamente nos hablan de que las distintas tribus guerreaban entre sí y que algunas de tipo nómada se establecían por corto tiempo en estos lugares.
Mencionan con alguna frecuencia a los tobosos, ocasionalmente a los indios chínipas, a la tribu de los papigóchic o a los warojíos; pero en general, todos tenían un tronco común en el origen del lenguaje. Eran ramas de un mismo origen, pero reafirmamos que los genuinos dueños de estas tierras eran los tarahumaras.
Antes del año de 1675, a estas tierras se les llamó realengas por su supuesta pertenencia al rey de España, por derecho de conquista y quien también, supuestamente, gobernaba en toda la Nueva España. Su representante era el virrey quien vivía en la capital del virreinato: Ciudad de México.
Los primeros datos acerca de la propiedad de esta región se refieren a un capitán llamado Antonio de o del Castillo; de ahí se derivó el primer nombre de la Laguna del Castillo, misma que será conocida después con el nombre de Laguna de Bustillos. Ahora bien, desde el punto de vista misional, o sea, de influencia religiosa, esta pertenecía a la cabecera misional de la Alta Tarahumara, misma que incluía, entre otras, a las siguientes poblaciones: Carichic, Sisoguíchic, Coyáchic, Nonoava, Norogáchic, Teméchic y Papigóchic. Lógico es que incluyera a los habitantes de esta región.
Hemos encontrado una interesante anotación del maestro Francisco R. Almada, en la que menciona a don Antonio del Castillo como dueño de la hacienda de San Bernabé de la Laguna del Castillo, a la que sitúan en lo que hoy es el municipio de Riva Palacio.
Después, en algunos libros se menciona como propietario de las tierras cercanas a dicha laguna, a un don José de Sáenz. Es muy posible que se trate del mismo personaje que le dio su nombre a un pueblito cercano del municipio de Guerrero llamado precisamente así, Sáenz.
*Del capítulo VIII del libro “Ciudad Cuauhtémoc, su historia”. Segunda edición. 2006.

El Cerro del Ahorcado

Por: Marcelino Martínez Sánchez

Poco antes de la pacificación de Pancho Villa, llegó a la Hacienda de Santa Lucía –hoy mancomún Guadalupe Victoria, en el municipio de Cuauhtémoc- una partida de soldados a los que el pueblo veía mal y les llamaba “pelones” o “carrancistas”.
Dichos militares buscaban comida, a lo que un jefe de familia accedió, aunque no con mucho agrado (y no por la falta de costumbre del ranchero chihuahuense en cuanto a actuar con hospitalidad) ante la experiencia que se tenía del comportamiento de las tropas federales.
En cuanto aparecieron las mujeres, quienes habían permanecido ocultas, se dispusieron a preparan los alimentos y uno de aquellos impertinentes arrinconó a una de las muchachas, queriendo abusar de ellas.
El dueño de la casa acudió rápidamente en auxilio de su hija, recibiendo por ello una tremenda golpiza de los que en mala hora ahí llegaron. Sin más, los representantes del gobierno federal tan luego comieron se retiraron con rumbo a San Antonio de Arenales, dejando atrás sólo miradas y gestos de desprecio.
Cuentan, los que ha su vez han venido escuchando la historia, que días después del lamentable suceso, unos vaqueros encontraron rumbo al poniente de la hacienda al soldado aquél. El cuerpo del militar colgaba de un encino, sin vida. Esto hizo suponer que sus propios compañeros lo ajusticiaron por la vergüenza que pasaron en ese lugar.
Desde entonces, aquel paraje próximo a la Cueva de los Portales, es conocido como “El Cerro del Ahorcado”.
Dicho cerro se localiza en la sucesión de cerros que empieza con el Cerro del Duraznito (donde hoy está el Parque El mirador, en ciudad Cuauhtémoc), y sigue hasta el Cerro del Chiquihuite.