Ciudad Cuauhtémoc, ayer y hoy * (primera parte)
Por: Victoriano Díaz Gutiérrez (1926-2003)
La historia de nuestra región es rica en hechos significativos. Aunque es poco lo que conocemos antes de la llegada de los españoles, después de ésta vemos como van creciendo pueblos y en lo que hoy es Chihuahua, después de Santa Bárbara, surgen pueblos como Valle de San Bartolomé, luego Parral y después, siguiendo la ruta de las estrellas, habría de llegar Diego Guajardo hasta tierras del Nuevo México.
Cuando los jesuitas llegan al norte de México en lo que hoy se conoce como Sierra Tarahumara, pasan de San Francisco de Borja a poblar San Bernabé y Coyachi. Después, 1687, se descubrían las minas que habían de originar la fundación de Santa Rosa de Cusihuiaichi del Perú, marcándose así el camino real de tierra adentro por el que llegaría la civilización al norte de México.
Aquí se formará el triángulo de la riqueza chihuahuense, formado por Parral, Chihuahua y Cusihuiriachi, de donde surgirán las palabras que forman el lema del chihuahuense: “Valentía, Hospitalidad y Lealtad”, virtudes que enorgullecen a todo el nacido en el norte.
Es a estas tierras a las que tocó la suerte de ser evangelizadas por los jesuitas, considerados por muchos como la intelectualidad de la Iglesia. El conquistador no aniquilaba a la población indígena; al contrario, se fundía con ella. Es cierto y notorio que España no fundó colonias, creó reinos. Nosotros, con su religión y su idioma formamos el reino de la Nueva Vizcaya.
Nueva Vizcaya se convertiría con el tiempo en Chihuahua, y será aquí donde desde principios del siglo XVIII Cusihuiriachi se había convertido en el pueblo más importante del norte de la Nueva España, por encontrarse enclavado al pie de la Sierra Tarahumara en su lado oriental y ser el centro de distribución de mercaderías que llegaban del centro a través del Camino Real de tierra adentro. Para el siglo XIX, al alcanzar la región de Cusihuiriachi un gran esplendor, nacen a su alrededor infinidad de estancias ganaderas que han de alimentar a la región, una de ellas será el rancho de San Antonio de lo Arenales, nacido como hijo de la llanura y de los grandes vientos, al pie de la majestuosa Sierra Madre Occidental.
San Antonio de los Arenales nace apenas en la segunda mitad del siglo XIX, lo que nos obliga a hablar difícilmente de su historia, la que empieza a formarse y que será tarea para las generaciones venideras, pues nosotros, los que vivimos y hemos palpado su corta existencia, nunca vamos a sentir su pasado sino su presente y su futuro de grandes perspectivas.
Sin embargo, sabemos bien que como todas las cosas, también nuestro querido Cuauhtémoc tuvo su principio y los viejos de ahora recordamos la forma como se fue formando alrededor de una primitiva estación; estación que no fue erigida al azar o por media conveniencia, sino tomando en cuenta la situación estratégica que permitía a mayordomos y caporales supervisar desde lo alto y por muchos kilómetros a la redonda el movimiento del ganado vacuno destinado a ser embarcado para los mercados nacionales y extranjeros. Para esto, la casa Zuloaga construyó una enorme galera con el fin de almacenar para posteriormente embarcar los productos ganaderos que se producían en el lugar; ganado que en los tiempos de paz del gobierno de Don Porfirio Díaz, poblaba como única señal de vida estas vastas extensiones chihuahuenses. San Antonio de los Arenales era rico con su gran cantidad de ganado que pastaba en sus llanuras.
*Documento de los archivos de la Sociedad de Estudios Históricos de Cuauhtémoc “Victoriano Díaz” A.C. Recordando el quinto aniversario de la muerte su autor, ocurrida en junio de 2003.
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