Ejido Lázaro Cárdenas

Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez


Cuauhtémoc es un municipio que está integrado por tres secciones: Anáhuac, Álvaro Obregón (Rubio) y Lázaro Cárdenas. Mientras que Anáhuac y Álvaro Obregón son comunidades que nacen como colonias agrícolas en la década de los veintes del siglo pasado, Lázaro Cárdenas surge como un ejido en 1967.
Localizada a poco más de ochenta kilómetros al norte de la cabecera municipal y dedicada primordialmente a la agricultura, la comunidad de Lázaro Cárdenas está gobernada por Isidro Cisneros Murillo, presidente seccional, quien ha informado que el número de habitantes es cercano a los mil cuatrocientos. Alfido Márquez Acuña, presidente seccional de 1992 a 1995, afirma que hubo un tiempo en que la cantidad de habitantes superó los dosmil. Talvez se trate de una cifra que incluye a las demás comunidades de la sección, porque la cifra oficial de habitantes en el poblado de Lázaro Cárdenas es de setecientos veinte, según la Presidencia Municipal de Cuauhtémoc.
En 1967 el Departamento Agrario del Estado de Chihuahua decide integrar un grupo de personas interesadas en formar un nuevo ejido en el límite norte del municipio de Cuauhtémoc, en el punto más alejado de la cabecera municipal, colindando con el municipio de Namiquipa.
Comisionado por dicha dependencia de gobierno, un ingeniero de apellido Mata se da a la tarea de invitar a campesinos de distintas partes del estado para que formen parte de la nueva comunidad. Logra reunir a cinco grupos (Chihuahua, Santa Lucía, Nuevo Horizonte, Namiquipa y Cuauhtémoc) que sumaban totalmente trescientas personas. A cada campesino le corresponderían veinte hectáreas.
Una vez cumplido el trámite de integración del grupo para el nuevo ejido, la Presidencia de la República extiende una resolución en noviembre de 1967, mediante la cual queda constituido el que oficialmente se llamó Nuevo Centro de Población “Lázaro Cárdenas del Río”. Cabe mencionar que los campesinos dotados con las tierras de este nuevo ejido propusieron otros nombres para el poblado, como “La Esmeralda” y “La Gloria”, pero finalmente el gobierno determinó el nombre que lleva hasta la actualidad.
Las tierras para el ejido Láraro Cárdenas pertenecían a la Hacienda de Tepehuanes, propiedad de la familia Almeida, aunque aparecían en los trámites de compra-venta los nombres de Pedro Achabal y Macario Pérez.
Algunos nombres de los fundadores del ejido son: Monserrat Ortiz Durán, Miguel Ramos Gutiérrez, Manuel Chávez Torres, Arturo Salazar López, Villado Trillo Sáenz, Alfonso Trillo Sáenz, Simón Granillo Ponce, entre otros.
Un ingeniero de apellido Villalobos fue el encargado de trazar el nuevo centro poblacional, el cual mantiene una geometría perfecta. A cada ejidatario se le entregó un lote de cincuenta por treinta metros. Por cada cuadra se entregaron seis solares. Fueron en total doscientos noventa y seis lotes. Algunos campesinos que se habían apuntado en la lista original finalmente no reclamaron su terreno.
Así ocurrió el nacimiento de la comunidad agrícola de Lázaro Cárdenas, cabecera de la sección municipal del mismo nombre. Ya nos ocuparemos en otro momento del nacimiento de dicha sección municipal.
Agradezco a los señores Villado y Alfonso Trillo Sáenz, así como a Simón Granillo Ponce y Elfido Márquez Acuña, la generosidad con la que brindaron información para este trabajo.

Los pioneros




Por: Victoriano Díaz Gutiérrez


La actual avenida Juárez fue la primera arteria de esta población. A lo largo de ella se establecieron los primeros comercios. Y así, empezando de la esquina con la Agustín Melgar, en la misma cuadra donde existía la casa de la de hacienda, tenía su negocio con el nombre de “La Voz del Pueblo” el señor Andrés Wong Chong, quien había entrado al país por el puerto de Manzanillo, el 15 de marzo de 1910.

Con solo cruzar la calle se encontraba otra tienda conocida como “la tienda de los chinos pelones”, cuyo propietario era la firma J.Lee Wong. Este negocio fue famoso por dar “pilones” en las compras, con lo cual se atraía mucha clientela, sobre todo niños. Enseguida se encontraba la Casa Wibsrun, que se dedicaba a la compra-venta de semilla, así como al comercio de abarrotes al mayoreo.

El Centro Mercantil era otro establecimiento que se encontraba en el mismo sector, producto de la sociedad entre Antonio Pérez B. y los japoneses Martín Otzuka y Amado Yamada. También había una segunda de fierros, propiedad de Nicasio Castillo. Más adelante podíamos encontrar un local ocupado con un negocio de cantina y un billar que hasta 1932 existía con el nombre de “La Ultamarina”.

La panadería “La Tapatía” se encontraba enseguida del billar y era propiedad de Jesús García. Haciendo esquina con la calle tercera, una tienda que ostentaba el nombre de “El Puerto de Veracruz”, cuyo propietario fue un español de nombre Ramón Rodríguez, mejor conocido como “Ramón el Gachupín”

Si pasábamos la calle tercera, en la esquina podíamos encontrar el hotel que después de 1927 se llamó Hotel Cuauhtémoc. Enseguida aparecía una casa comercial dedicada a la compra-venta de semilla hasta la representación de varias casas comerciales nacionales y extranjeras; aquí se distribuían productos de la compañía cervecera Moctezuma, así como los ptoductos de la compañía petrolera alemana Sinclair; también operaba una corresponsalía del Banco Mercantil de Chihuahua. El gerente de “La Mercantil” fue el señor Juan Enríquez.

Al seguir por la avenida Juárez, cruzando la calle quinta, llegábamos al restaurante más famoso de la época: “el restaurante de los Meneses”, como fue conocido. Luego estaba el Hotel Núñez, propiedad de Benito Núñez Calderón, jefe de la estación del ferrocarril, gran impulsor del deporte local y amante apasionado del béisbol.

Cruzando la calle séptima se encontraba el Hotel San Antonio y, enseguida, “La Huasteca”, negocio dedicado a la venta de gasolina y lubricantes. Hacia el plan del arroyo se encontraban las instalaciones de una empresa comercia conocida como La Pearson, dedicada tamién al ramo de los energéticos derivados del petróleo.

Atravesando las vías del ferrocarril existía “El Águila”, filial de la compañía inglesa del mismo nombre. Dicha negociación local existe hasta el momento con el nombre de Combustibles y Grasas Meléndez, apellido de quien fuera el gerente de la misma desde su fundación: Baltazar Meléndez. Después de la nacionalización de las compañías petroleras en 1938, quedó en Cuauhtémoc como distribuidor el señor Gudelio Gutiérrez, del sindicato de Petroleros Mexicanos, gerente de La Huasteca y dueño de una fábrica de velas y veladoras de nombre La Fe.


PUERTA A LA SIERRA. RECUENTO HISTÓRICO DE CUAUHTÉMOC. Díaz Gutiérrez, Victoriano. Editorial Asterisco. Cuauhtémoc. 1999.

Semana Santa Tarahumara




Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez

Alguna vez hemos escuchado a alguien criticar el modo en que los indígenas tarahumaras celebran la Semana Santa, diciendo de ellos que no pueden ser verdaderamente cristianos católicos al convertir la muerte de Jesucristo en motivo de fiesta.
Muchas celebraciones religiosas entre los rarámuris son la suma sincrética de elementos indígenas con tradiciones cristianas traídas por los españoles. Pero la aceptación la Semana Santa por parte de los indígenas debió mucho a la temporada del año, al calendario que rige las actividades de producción agrícola.
El ciclo agrícola es un elemento determinante en la realización de las festividades en la cultura tarahumara. Se dice que hay fiestas tanto para pedir lluvia como para agradecer las cosechas. Por tanto, la implantación de una celebración religiosa justo al comienzo de las siembras no pudo ser tan difícil.
Los gustos estéticos de los indígenas y las preferencias por las pautas de solemnidad propias de la celebración de Semana Santa, hicieron que se estableciera esta fiesta talvez desplazando otras festividades prehispánicas que se realizaban con motivo del inicio de siembras.
Sin duda que la celebración de Semana Santa entre los rarámuris es un gesto sincrético de su cultura a este momento de su historia. Un tanto de sus originales rasgos más otro tanto de los rasgos de los misioneros que los convirtieron al cristianismo, así como una evolución inevitable, hacen una manifestación religiosa singular y atractiva, llena de color y seriedad.
La tradición de la Semana Santa en la Tarahumara ha enlistado a un gran número de protagonistas: gobernadores, sacerdotes, fiesteros, capitanes, fariseos, pintos, soldados, tenanches, pascoleros y otros más.
Actos y actitudes han nutrido la tradición. Procesiones y bailes alrededor de las iglesias. Aglomeraciones en los atrios. Comidas y bebidas. Peleas simuladas (el bien contra el mal). Oraciones y cantos. Frases entre latín, el tarahumara y el castellano. Gritos al ritmo de la danza. Fe.
Pedro de Velasco y Rivero escribe: “Hay que entender la religiosidad de esta gente desde la unidad de sus actores y como reflejo de su realidad personal y cultural. Como los indios, las fiestas no son ni “autóctonas” –puesto que no conservan incontaminadas las costumbres precolombianas, ni están realizadas por los antiguos Rarámuri-, ni “cristianas” –fiel copia de las fiestas traídas por los misioneros o de las fiestas actuales prescritas por el ordo romano a todos los católicos”.
Continúa de Velasco: “Hay que entenderlas como la expresión religioso-cultural más importante –central- de ese grupo que se denomina Pagótuame; y entender el proceso de apropiación y reelaboración de las fiestas puede ser una clave para comprender la historia y la realidad actual de los hombres que hacen la fiesta”.

Bibliografía:
Danzar o Morir. Pedro de Velasco Rivero. Ediciones CRT. Segunda edición. 1987.