CUSIHUIRIACHI





Por Victoriano Díaz Gutiérrez (1926-2003)


En el noroeste chihuahuense, a orillas de la Sierra Madre Tarahumara, se encuentran las ruinas de lo que en otro tiempo fue el rico mineral de Cusihuiriachi. El descubrimiento de este mineral se remonta a los últimos años del siglo XVII, concretamente en el año de 1687.
Desde sus inicios como Real de Minas fue dotado de solares para edificar casas constitoriales y conventos, así como la edificación de su templo, destinado a venerar en él la advocación de la santa de Lima del Perú, primera santa de América.
Ricas fueron las construcciones de sus casas donde sus gobernantes tuvieron sus domicilios y sedes de gobierno. No menos lujosas las moradas de sus ricos comerciantes y mineros que habitaron en sus solares.
Durante más de dos siglos sus minas produjeron grandes cantidades de plata. De sus dominios salieron colonizadores a poblar nuevos descubrimientos mineros y a formar nuevos centros poblacionales.
Su extensión territorial abarcaba más de la tercera parte de lo que hoy es el estado de Chihuahua. Apellidos de grandes próceres chihuahuenses están íntimamente ligados con el nombre de “Cusihuiriachi”.
Pero de todo ese esplendor que un día tuvo este rico Real de Minas, hoy no queda nada más que como un mudo testigo de tiempos mejores el templo de Santa Rosa de Lima, en cuyo interior se guardan objetos que nos hablan de épocas de grandeza y bonanza.
Los retablos de dicho templo, a pesar de haber sufrido el descuido y el mal trato, nos muestran vestigios de la hermosura que un día tuvieron; las bellas imágenes que allí se veneran nos hacen sentir como si viviéramos en el pasado; sus deteriorados cuadros, pintados por prestigiados artistas del siglo XVIII; sus pilas bautismales: ¡cuántos nobles chihuahuenses pondrían sus cabezas al borde de ellas para recibir las aguas del bautismo!
Cuánta leyenda surgió alrededor de sus veneradas imágenes al curso de los muchos años. Dos de ellas serán suficientes para ilustrarnos sobre las creencias de las gentes que habitaron estos lugares.
Una de esas leyendas es la que nos narra cómo la imagen de Nuestro Padre Jesús, venerada en este templo, llegó un día a la casa de un comerciante del barrio del Santuario de Guadalupe sobre los lomos de una mula.
Otra leyenda, pero ésta mucho más reciente –pues apenas sucedió en los años de persecución religiosa, o sea en tiempos de la Cristiada-, nos habla de cómo un demente conocido en el pueblo como “El tonto Molina” fue pagado por un vecino del templo que presumía de ser ateo, quien armó al pobre loco con unas tijeras y le instó a que le recortara la falda a la imagen de la santísima virgen y la pusiera a la moda en su peinado. Entró “el tonto Molina” al templo, llevando al cabo su sacrílega acción al cortar la cabellera a la estatua de la virgen y tomándola como un trofeo, junto con la tela que cortó de la falda. Salió del sagrado recinto y, cuando se encaminaba rumbo a la casa de su protector, un toro cortado de una manada que era conducida rumbo al rastro lo embistió y con uno de sus pitones lo golpeó en la cara sacándole un ojo. Y desde entonces en su rostro una mueca horrible, su boca babeante, un constante lagrimeo donde había tenido su ojo y la mano con la que había cometido su sacrílega acción siempre temblándole.
Para mucha gente, aquello fue un castigo por su acción tan ruin; y para otros no fue más que una mera casualidad. Pero algunos aseguran que es ahí donde empieza el ocaso de otrora rico mineral.
Todo esto puede ser pura leyenda, mas lo que sí es cierto es que en este pueblo todo lo que fue edificado por el hombre para el hombre, hoy ha desaparecido, mientras que el templo, que fue edificado y dedicado a un servicio sagrado y santo, ahí está recordándonos que existió un rico mineral, que sus minas arrojaron grandes cantidades de plata, que grandes hombres salieron de sus solares. Ricos pueblos se enorgullecen de haber formado parte de su territorio.
Ahí está el viejo y querido templo de Santa Rosa de Lima; ahí está… inmortal.

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