Casas de Moneda en el Estado de Chihuahua

Por Elí Miramontes Márquez



Chihuahua, capital del Estado de Chihuahua. En 1811 se abrió una casa de moneda que, al principio, producía piezas de 8cho reales imperfectamente fundidos del Rey Fernando VII. Nunca se acuñó una cantidad regular de la moneda fraccionaria de plata, la moneda fraccionaria del sistema del real es generalmente rara; solo la moneada fraccionaria decimal de los últimos años de la década de 1880 y de la de 1890 es común. La pieza de ocho reales anterior a 1880 es poco común, y la moneda tiende a escasear más de lo que la estadística de la Casa de Moneda haría esperar.
La monedad decimal de oro se limitó a la denominación de $20, con excepción de la pieza de $10 de 1884, y una extraña erupción de denominación de 1888. La Casa de Moneda se cerró en 1895.
Casa de Guadalupe y Calvo (1843.1852). El mineral de Guadalupe y Calvo, en el Estado de Chihuahua, limita con los municipios de Morelos, Batopilas, Balleza y los Estados de Sinaloa y Durango. Se le impuso el nombre para honrar a la Virgen de Guadalupe y para adular al entonces gobernador de Chihuahua, José Joaquín Calvo. Enclavado en un lugar aislado y montañoso, el mineral era víctima de continuos ataques por parte de apaches y comanches y bandas de facinerosos que hacía peligrar las cargas de minerales de Guadalupe y Calvo que, a lomo de mula, se enviaban para su amonedación a las casas de Durango y Chihuahua. Con este pretexto la compañía inglesa Minera de Guadalupe y Calvo solicitó y obtuvo (en contra de la opinión de la Casa de Chihuahua), por decreto de Antonio López de Santa Anna fechado el 3 de octubre de 1842, una concesión por diez años para establecer una casa de moneda y apartado en Guadalupe y Calvo.
Comenzó la acuñación el primero de junio de 1843, clausurándose, por los mismos contratistas, el 22 de mayo de 1852. Solamente se acuñaron monedas de oro y plata y, de acuerdo con el decreto, fueron iguales a las troqueladas en la Casa de México, la cual envió las matrices para llevar a cabo la acuñación, en todas las denominaciones. En las monedas constan siempre las iniciales M.P. del ensayador Manuel Onofre Parrodi, con excepción de las piezas de un cuarto de real con las siglas de Luciano Rovira. En general, las piezas de esta ceca con bastante raras.

Bibliografía:
Enciclopedia Numismática (2004)

La muerte del hacendado




Por: Marcelino Martínez Sánchez



Aquel día la peonada salió a cumplir sus tareas rutinarias que ya habían de hacerse, pero algo estaba pasando. Por ninguna parte se escuchaban las maldiciones de los capataces o los gritos escandalosos del mayordomo repartiendo órdenes que agilizaran el trabajo.
El misterio provenía de la casa grande y tenía que ver con el ruido y las carreras escuchadas durante la noche anterior. Algo había pasado en una de las chozas más alejadas del casco de la hacienda.
Todo empezó con el rumor de que Víctor, el mejor vaquero, con sus 25 años de fortaleza y destrezas, había enamorado a Juanita, hija de otro peón cuya familia llegó, según decían, de por allá de las serranías de Majalca o del Nido.
Juanita era toda una preciosidad de mujer; la más bella estampa de sangre apache nunca vista. Desde luego que su figura no escapaba a la mirada y deseos de cualquier hombre, y mucho menos a los ojos del dueño de vidas y dueño de aquella próspera hacienda.
El mozo bien entendía de la suerte de su noviazgo, pero también sabía que huir era condenar a un castigo inminente a su novia y a sí mismo. ¿Qué hacer?
El tiempo pasaba, hasta que un día el capataz más señalado por lambiscón y servil ordenó a Víctor trasladar la pequeña partida de novillos -la cual había sido separada con anticipación- a uno de los ranchos distante a tres jornadas. Aquella faena le pareció un tanto sospechosa y lo alertaron las intenciones. Preparó lo necesario y partió arreando el ganado rumbo a donde el sol se pone. Ya de noche regresó, dejando su cabalgadura protegida por la oscuridad y unos encinos de las proximidades.
Llegó el joven sigilosamente a la casa de la novia, a quien tranquilizó y explicó sus inquietudes. Les pidió que siguieran durmiendo, en tanto que él vigilaba. No esperó mucho. Al rato la puerta del jacal se abrió por un fuerte empujón y en el marco se dibujó la inmensa figura del hombre más influyente de aquellos rumbos, quien, en el acto, recibió en su cara el impacto mortal de una bala de 30-30 que lo lanzó a más de tres o cuatro metros fuera de la mísera choza.
El guardia que escucho el estampido acudió y encontró al patrón en un charco de sangre; corrió a despertar y comunicar al mayordomo, y con otros capataces acercaron el cuerpo al cuarto de atenciones que para casos como ese había en la cuadra de los toriles.
Ya en el amanecer la señora de la casa ordenó a los empleados ordenó a los empleados de confianza la mayor discreción, indicando la versión de que el patrón había muerto inesperadamente, que se trataba de una muerte rara “porque todavía el día anterior se la había visto muy bien”.
Al mayordomo se le encomendó que hiciera todas las investigaciones que dieran con el autor de la tragedia, encontrándose con que los peones de la choza donde sucedieron los hechos, habían desaparecido.
Días después se tuvo la información de que por allá por la Sierra Azul, en la rivera de la laguna, alguien había visto huellas de dos caballos que se perdían con rumbo al norte.
Jamás se volvió a saber nada de aquella pareja, de la que se comentaba que han de haber sido muy felices porque fueron protegidos por el gran capitán del cielo.


12 de noviembre, Día del Cartero










Por José Luis Domínguez.


Con la aparición de las modernas computadoras, el uso de la internet, y por ende, la utilización del e-mail o correo electrónico, nuestra lengua se ha visto mermada o disminuida en forma considerable. Si pudiéramos estar presentes en el momento en el cual una joven o un joven abren su correspondencia electrónica, y pudiéramos leer el contenido, tanto de sus correos recibidos como el de los enviados, nos daríamos cuenta de que la mayoría de ellos no pasan de tener uno o dos pequeños párrafos, incoherentes, en ocasiones, para un lector de nivel medio, con graves faltas de ortografía, escritas en clave, o lo que es lo mismo, con abreviaturas, lo cual nos daría como conclusión que nuestro idioma, en su uso moderno, es ya una abreviatura de la abreviatura. Hoy vivimos la pasión por lo breve, por lo rápido, por lo incoherente, por lo fugaz. Si ya los siglos XIX y XX presentaban graves muestras de esa decadencia idiomática con la desaparición paulatina de la práctica de la escritura de un diario, en el que se veía el temple, la paciencia y la dedicación de la persona que empleaba este recurso como método seguro de autoconocimiento y por qué no, de testimonio de una época, de un determinado periodo y de una determinada sociedad, tal como lo muestran, por ejemplo, “El diario de Ana Frank”, en el cual una adolescente judía escribe durante los dos años que dura el encierro voluntario de ella y de su familia, escondida, tratando de escapar de la policía alemana triste y célebremente conocida como la gestapo; o bien los tormentosos “Diarios de Anais Nin” y su pasión por Henry Miller y su trato con los artistas de su época; o el diario de nuestra querida pintora, Frida Kalho, sólo por poner algunas muestras.
Otra de las prácticas que ya han ido desapareciendo, no menos vital para el fortalecimiento del idioma, y que precisamente ha sido sustituida por el correo electrónico, es la escritura de las cartas, o lo que bien podría llamarse pomposamente, diario compartido. Ya sólo nos quedan recuerdos de ese legajo de hojas en crudo, en colores sepia o blancas, manuscritas con la impecable caligrafía de los bisabuelos y los abuelos, cartas escritas con un lenguaje fértil, exuberante y pródigo en sustantivos, adjetivos, y adverbios, pero sobre todo, pródigo en imaginería. ¿Cuántas personas no se enamoraban mediante las cartas en el siglo XIX y aún en el XX? Remitentes y destinatarios sensibles, inteligentes, apasionados. Antes que el teléfono, que el telégrafo y el correo electrónico fue la carta. Correspondencia entre reyes, príncipes y emperadores; intercambio de ideas y conceptos entre artistas y pensadores de todas las épocas; testimonio de grandes pasiones; eso fue la carta, teniendo únicamente como instrumentos el papel y la tinta, un sobre y un timbre postal, pero también un temple, una paciencia a toda prueba, la mano que escribía muy cerca de la inteligencia, pero más cerca todavía del corazón.
Ahora los perros ladran menos, sí, pero no porque haya menos ladrones, sino porque es menos el tránsito, el paso de los carteros que pedalean, o hunden el pie en el acelerador de su motocicleta en pos de su sacra encomienda, por cada una de las colonias de nuestras ciudades. La correspondencia, poco a poco, y aunque nos duela a los nostálgicos, va cayendo en desuso, va siendo ya cosa del pasado.
¡Qué bueno sería que todos rescatáramos esa bella tradición! ¡Pero que primero fuéramos a las bibliotecas públicas a leer esos prolongados intercambios de cartas entre escritores, como las famosas “Cartas al padre”, de Frank Kafka, “Cartas al Castor”, del premio nobel existencialista Jean Paul Sartre a Simone de Beauvoir, o la correspondencia amarga y desencantada de Oscar Wilde, esa carta larga, apasionada, turbulenta, titulada “De profundis”, en las “Cartas escogidas” de William Faulkner, o las suplicantes misivas de Camille Claudel a su hermano y poeta Paul, en las que le pide que la saque del manicomio en el que ha estado confinada durante 30 años por culpa de los celos profesionales de su esposo, el escultor Auguste Rodin. Luego están las chispeantes y sinceras cartas de Truman Capote a sus amigos y amigas del alma.
Luego de tomar uno de estos ejemplos anteriores como modelo, escogeríamos a un familiar, a un amigo, que por diversas circunstancias estuviera lejano de nosotros y le escribiríamos una larga carta contándole lo que nos habría sucedido en los últimos días o meses. Y así iniciaríamos, con el rescate del buen uso de nuestro idioma, el rescate del cariño de aquel que se encuentra lejos, el rescate de nosotros mismos y el de esa bella tradición de la correspondencia.
Mario Vargas Llosa, el famoso escritor peruano, en uno de sus ensayos, nos advierte del peligro de desaparición en que se encuentra nuestra lengua (por falta de uso, seguramente). Nos dice que nuestro mundo es tan amplio o tan ancho según el vocabulario que usemos, que dos novios que leen buena literatura se aman con más calidad, que aquellos que no lo hacen. Imaginémonos en relación a este concepto o a esta idea, qué tan ancho es nuestro mundo personal, si de las aproximadamente 25, 000 palabras con las que cuenta un buen diccionario autorizado por la Real Academia de la Lengua, utilizamos tan solo 250, es decir, en nuestro diario hablar, sólo usamos una centésima parte de esa riqueza lingüística que representa nuestro idioma, lo cual no solamente es indicativo de pobreza, sino de miseria intelectual. En otras palabras, los diccionarios sólo existen para recordarnos todas las palabras que nunca usamos.
Hay miles y miles de vocablos introducidos a la lengua castellana, gracias a las culturas latina, griega, árabe, italiana e inglesa, pero todos ellos no representan sino una mínima parte del grueso que significa el castellano. Si tan solo nos propusiéramos aprender los vocablos que estas regiones lingüísticas nos han heredado en cuanto al español, nos veríamos sumamente engrandecidos en todos los aspectos. Casi todas las palabras derivadas del árabe, por ejemplo, son hermosas, además de fundamentales, casi todas nos hablan de intimismo, de intimidad, de regocijo y descanso, de la alegría de vivir: Almohada, albaricoque, alféizar, aljibe, almendra, álgebra, azul, bermejo, alegría, algazara, alígera; algunas son terribles, como ajedrez, alicate, alfanje, alfil, por su connotación con la guerra. Ahora sí que, como dice Vargas Llosa, ensanchar nuestro idioma, sería ensanchar nuestro mundo.
Para finalizar estas notas les invito a reflexionar, queridos lectores, sobre el uso tan particular que hacemos de nuestra lengua, y mejor aún, sobre el desuso de la misma, y que retomemos esas prácticas tan humanísticas del diario y la escritura de las cartas. Démosle un mayor empleo a la tinta y al papel, no importa que los carteros se sientan agobiados, pero felices, y que los perros de nuestro patio se pongan otra vez a ladrar con insistencia al ver pasar a estos últimos héroes de la modernidad, esta puede ser la gozosa señal de que ya hemos empezado de nueva cuenta a engrandecer el idioma y, por lo tanto, a engrandecer el mundo.

EL CAFÉ: UN LUGAR PERFECTO PARA SOCIALIZAR.

Por José Luis Domínguez.

Esa infusión o bebida nacida de esa semilla tostada y molida llamada cafeto, que es una planta rubiácea de flores blanquecinas, se transforma en bayas de color rojo que contienen lo que hoy conocemos coloquialmente como café.
Su clasificación científica es la siguiente: el café pertenece al género Coffea, de la familia Rubiáceas (Rubiaceae). Las variedades arabica corresponden a la especie Coffea arabica, las de canephora, a Coffea canephora, y las de liberica, a Coffea liberica.
El café es uno de los objetos emblemáticos de la historia de la civilización moderna. La palabra café viene del árabe Kahuwah significa fuerza. Los turcos difundieron este término, que sirvió de raíz etimológica para así nombrarlo en varios países y en su idioma respectivo, así tenemos: café en francés, español y portugués; coffee, en inglés; Kaffee, en alemán; кофе, en ruso; caffe, en italiano; kave, en húngaro; y, Kia fey en chino, y así sucesivamente.
Se desconoce la fecha exacta en que empezó a cultivarse el café, pero algunos estudiosos sitúan este hecho en Arabia, cerca del mar Rojo, hacia el año 675 d.C. No obstante, este cultivo fue raro hasta los siglos XV y XVI, cuando se establecieron extensas plantaciones en la región árabe del Yemen y del África tropical, El consumo de la infusión aumentó en Europa durante el siglo XVII, lo que animó a los holandeses a cultivarlo en sus colonias. En 1714, los franceses lograron llevar un esqueje vivo de cafeto a la isla antillana de la Martinica; esta única planta fue el origen de los extensos cafetales de América Latina donde encontró el clima idóneo para su cultivo
Las variedades de café aclimatadas y producidas en México son de una excelente calidad y han sido degustadas en el mundo entero. No fue sino hasta 1812 cuando don Juan Antonio Gómez de Guevara, nacido en la cantabria española, se estableció con las primeras plantas en Córdoba, Veracruz, cultivándolas con paciencia y perseverancia dignas de encomio hasta hacerlas fructificar. Don Bernardo Herrera siguió su ejemplo, y fue tan grande su éxito que para 1826 había sembrado unas quinientas mil plantas en esa tierra llamada de Los treinta caballeros. De tal manera impactó la riqueza de nuestro suelo americano selvático, que Brasil se convirtió en uno de los principales países productores de café, casi el 50% a nivel mundial, con una producción inicial de 1, 400, 000 toneladas al año. Le siguieron en la lista: Colombia, Indonesia, México, Vietnam, Costa del Marfil, Guatemala, Uganda, la India, Angola y Etiopía, con una producción anual inicial de más de 6, 088 000 toneladas de café.
Como las exportaciones de café habían cobrado gran importancia económica, varios países latinoamericanos firmaron acuerdos de asignación de cuotas antes de la II Guerra Mundial, de modo que cada uno de ellos tuviera garantizada una parte del mercado de café de Estados Unidos. El primer convenio de cuota se firmó en 1940 y lo administró la llamada Oficina Panamericana del Café. En 1962 se acordó fijar cuotas de exportación de café a escala mundial, y las Naciones Unidas negociaron un convenio cafetero internacional. Durante los cinco años que estuvo en vigor este convenio, aceptaron sus condiciones 41 países exportadores y 25 importadores. El convenio se renegoció en 1968, 1976 y 1983. Pero en 1989, las naciones participantes no lograron firmar un nuevo pacto, y los precios del café en los mercados internacionales se desplomaron.
La leyenda negra del café que circula por ahí, es que el café es una bebida narcótica, ya que tiene el mismo alcaloide que la morfina y la cocaína, que cuando se mezcla en el estomago con el hidrocloruro forma una sustancia toxica llamada cafeína hidroclorídrica.
El café descafeinado no es mejor que el regular. Los dos contienen una sustancia altamente cancerígena llamada tricloritenina. Esta sustancia es usada como un solvente en las industrias y como un desengrasante en la metalurgia. En Colombia se usan pesticidas mortales en los cultivos del café que en Estados Unidos son prohibidos (aldrin, dieldrin, clordane, y heptacloro).
Hay mucha gente que dice que el café es en la dieta americana la primera causa en producir toxinas. En el café se encuentra una sustancia llamada nitrosomina que también es altamente tóxica. Su uso excesivo, en el café, produce fatiga, dolores de cabeza. Entre otras cosas, nunca se debe recalentar el café, pues produce 400% más cafenol lo cual eleva el colesterol.
Ácido desequilibrado: Cerca de 208 ácidos en el café contribuyen a la indigestión y a una amplia variedad de problemas en la salud como artritis, problemas de reumas, alergias, irritación en la piel, e inflamación general en todo el cuerpo. El café se separa en una bio-sustancia llamada ácido úrico. Éste se encarga de saturar el riñón contribuyendo a la formación de piedras y de gota en las articulaciones. Mucha gente cuando toma café experimenta sensaciones de quemazón porque provoca una estimulación del ácido hidroclórico en el estómago.
Reducción de minerales: el uso regular del café impide la absorción apropiada de vitaminas y minerales en el intestino delgado. El café causa una secreción innecesaria de calcio, magnesio, potasio, hierro, y otros minerales a través de la orina. Todos estos minerales son considerados esenciales para una buena salud. Las mujeres en especial deben de estar preocupadas en la osteoporosis en la menopausia. Estudios demuestran que mujeres que toman café tienen más posibilidades de tener osteoporosis comparadas con aquellas que no lo consumen. Peligro durante el embarazo: el café puede atravesar la barrera de la placenta. Abortos, infertilidad, y bajo peso durante el estado de gravidez es común entre las mujeres que toman mucho café.
El café trae problemas en la próstata, engrandeciéndola; irrita la uretra en los hombres. Orinar frecuentemente se le atribuye al simple hecho de tomar café.
Hay muchas razones por las cuales los doctores sugieren a sus pacientes eliminar el café de sus dietas:
-acidez e indigestión
-ansiedad, irritabilidad y nervios
-colitis, diarrea y otros problemas
-fatiga crónica y desorden inmunológico
-diabetes e hipoglisemia (azúcar baja)
-mareos, -gota y piedras en los riñones
-problemas en el corazón -alta presión arterial
-colesterol alto -insomnio
-migraña y otros problemas en la cabeza
-osteoporosis -irritación en la piel, ronchas y piel seca
-infecciones urinarias
-ulceras y hernias en el estomago.
Fuera ya de la leyenda negra, según un artículo de Marie Cleland, aparecido en la revista Reader´s Digest en septiembre del 2008, no todo es negro en cuestión del café, ya que según estudios recientes, esta bebida o infusión puede combatir o retrasar el mal de Parkinson en los hombres, y quizás esto se deba a la cafeína, ya que esta sustancia contrarresta los síntomas de la enfermedad, estimulando la secreción de dopamina en las neuronas, incluso, las protege.
Aunque no ha sido comprobado, se cree que la cafeína auxilia contra la formación de cálculos biliares. Investigadores nipones (léase, japoneses) descubrieron que los de mediana edad y los adultos que bebían café en forma cotidiana, corrían menos riesgo de padecer cáncer de hígado; que la cafeína no sólo mejora el ánimo, también aumenta el rendimiento en los deportistas.
El café se sirve de muy diversas maneras: El más antiguo es, quizás, el clásico, como el que preparaban las abuelas, el llamado café de talega, y cuyo proceso consistía en una especie de aro metálico ya sin cedazo, al cual le cosían una especie de embudo de manta o de alguna otra clase de tela en la cual se metía el café de grano crudo y se ponía a cocer a fuego lento en el agua, misma que iba absorbiendo todas esas propiedades que hacen de este proceso una exquisita infusión; luego está el café descafeinado, desprovisto precisamente de la cafeína que es un alcaloide blancuzco y que también se puede obtener sintéticamente del ácido úrico, que es lo que produce insomnio en sus consumidores. El café con cafeína suele tomarse, por ejemplo, en las funerarias, donde los dolientes del difunto en turno acompañan el cuerpo, aunque, en realidad, de éste solo se acuerden a ratos, cuando la chacota, el chisme sabrosón o la convivencia con personas que coinciden en el velatorio y que hace mucho tiempo, por culpa del tráfago de las ciudades, el síndrome de la prisa y la hiperactividad, no coincidían, se ve interrumpida por el mutis que produce el agotamiento del tema. La cafeína nos quitó, prematuramente, al gran genio francés, el novelista Honorato de Balzac, quien, para poder sostenerse en vela, envuelto en esa prodigiosa prolijidad creadora llamada “La Comedia Humana”, consumía decenas de litros de café. Balzac escribió cientos de novelas que le son reconocidas, pero escribió otras tantas alquilándose como “negro” por una simple paga; obras que otros firmaron a cambio de cientos de francos que el autor francés dilapidó de manera irresponsable. Balzac murió de cafeísmo, que es, precisamente, una severa intoxicación por el excesivo consumo de dicha bebida.
Existe el café express, que se hace bajo presión; el café americano o instantáneo o soluble en el agua; el café frappé, una nueva modalidad que consiste en servir el café en agua fría o con hielo; el exquisito y espumoso café capuchino, exportado en forma y estilo desde Italia.
Existen términos coloquiales que se basan justamente en esta palabra, por ejemplo, decir que una persona es de “mal café”, significa que es de mal humor o de mal talante. O cuando se escucha la expresión “darle café cargado”, cuya significación nos revela que alguna persona le está haciendo la vida imposible a otra, ya sea con sus actos o con sus palabras.
También, de manera general, se conoce como café al establecimiento público donde se toman ésta y otras bebidas o infusiones. Hay una gran diversidad de ellos, como por ejemplo, el café-cantante, que es amenizado por trovadores, músicos, poetas, entre otros. El café-concierto, donde se ofrecen actuaciones diversas y el público puede beber, fumar, manifestarse de muchas formas. El café-teatro, justamente en el cual se representan piezas teatrales desenfadadas y con una decoración mínima. Curiosamente, en Francia y en España, los café-teatros se denominaron con la palabra francesa cabarets. En ellos podían llevarse a cabo las más diversas expresiones artísticas o no, ya fueran estas últimas de índole política, social, antropológica, etc. Entre las formas más acostumbradas que se desarrollaron en las tablas de un café-teatro están las representaciones de escenas dramáticas breves o esquetches, canciones, pequeñas piezas de música, series de chistes de crítica de naturaleza social, política, etc.
El primer cabaret en el sentido de café-teatro se abrió en París en 1880. El establecimiento fue bautizado con el nombre de Chat Noir o Gato Negro, y la idea de los café-teatros floreció en la ciudad luz entre 1890 y 1930.
En Alemania, el primero de ellos surgió en Berlín a principios del siglo XIX y poco tiempo después se abrirían otros tantos en esta misma ciudad y también en Munich.
En 1916, se inauguró el Cabaret Voltaire, en el que se estableció el dadaísmo. En un café teatro o cabaret alemán surgió el grupo liderado por Bertold Brecht, E. Kastner, y K Tucholsky, cuyas acerbas críticas políticas se dejaron escuchar por todo el territorio alemán.
Los cafés en ciudad Cuauhtémoc tienen una gran tradición, surgen nombres tan atractivos como el “Café Reforma”, de la avenida Allende y calle Tercera de los años sesenta, ya desaparecido, dicho café era un símbolo de la cultura de los lumpen, de los de baja ralea, de los que se mueren en la raya del día; mientras que el restaurante, nevería y cafetería “Lux”, de la avenida Agustín Melgar entre la Allende y la Hidalgo (frente a la plaza) era su opuesto en cuanto a clientela, pues a él acudían los poppofs, los que no se ensucian las manos y le temen al contagio y los microbios, los de clase alta. El “Café Reforma tenía por dueños a un par de homosexuales, René y Miguelón, cuya inicial armonía acabaría en un pleito fenomenal que dio al traste con la sociedad y con el establecimiento, ya que al finalizar la gresca todo el mobiliario estaba destrozado. Era como si hubiese pasado un torbellino o un tornado por el local.
Después de este tremendo zafarrancho, René fundaría en la avenida séptima, entre Allende y Morelos -donde se ubica hoy el restaurante Hong Kong y antes el restaurante Riki¨s- el famoso “Café El Negrito”, que no llegó a durar mucho tiempo. Llegándose a comprobar así, que la magia de los buenos tiempos del Café Reforma había consistido en la química de ambos propietarios.
“El café de la esquina”, el cual es otro de los más antiguos, empezó como el “Merendero La esquina” y ocupaba el lugar en donde actualmente se encuentra el restaurante-cafetería “El Den”, en la esquina de la avenida Allende y Fernando Suárez Coello. Ubicado en la planta baja de un edificio de piedra hecho de dos pisos. En la planta alta tenían periódicamente sus sesiones uno de los primeros grupos de masones que se formó en Cuauhtémoc. De el “Merendero La esquina” existen muchas anécdotas y crónicas escritas en periódicos ya viejos. Dos de ellas son las siguientes:
FESTEJO PARA CONMEMORAR EL DÍA DEL EJÉRCITO.
El 19 ( febrero de 1963) se celebró en ciudad Cuauhtémoc, Chih., el día del Ejército nacional, para cuyo efecto se organizaron diversos eventos en los que se hizo patente la simpatía del Pueblo (sic) a todos los miembros de nuestro Instituto Armado.
Entre los diversos actos tuvo lugar una comida en el “Merendero La Esquina” al que asistieron como invitados de honor los oficiales y Tropa del Destacamento Militar de esta población, así como el Gral. Epigmenio Medrano, habiéndose desarrollado el convivio en ambiente de cordialidad. Dicho ágape fue ofrecido por el Comité de Acción Cívico Social a nombre de las Autoridades Municipales y pueblo en general.
CON DIVERSOS ACTOS SE FESTEJÓ A LOS MAESTROS.
La Presidencia Municipal ofreció el día 15 de mayo (1963) una comida a los Maestros que laboran en las Escuelas de Ciudad Cuauhtémoc, que se sirvió en el Salón de Banquetes del Merendero La esquina y la cual estuvo amenizada con música a cargo de la Orquesta Corona.
El Sr., Presidente Municipal D. Reyes Estrada Maldonado hizo el ofrecimiento del banquete a los maestros, a quienes hizo patente la estimación y alto concepto en que los tienen las autoridades y el propósito de éstas es colaborar con el Magisterio en cuanto sea posible para alcanzar una mejoría palpable en la educación.
Contestamos agradeciendo el festejo y las palabras del Señor Presidente Municipal los profesores Francisco Carrasco, Arturo Schiaffino, Concepción Calzadillas, Alfredo nava Sahagún y Enrique Miramontes.
Curiosamente, “El café de la esquina” nunca volvió a quedar en esquina, ya que primero se trasladó a la avenida Hidalgo, entre Fernando Suárez Coello y calle 4ª, cerca de lo que fuera el cine “Variedades”, y lo que hoy es una prestigiada mueblería. Actualmente ocupa casi, casi, la esquina de la calle Fernando Suárez Coello y avenida Guerrero.
Regresando al restaurante-cafetería “El Den”, situado frente a la plaza pública central, ha sido durante muchos años, el centro donde se reúnen escritores, pintores, políticos, ganaderos, periodistas y profesionistas que hacen de este punto un sitio ideal para darse una idea completa de cómo funciona la vida entre los cuauhtemenses.
Durante diez años, 1994-2004, “El Den” alojó entre sus paredes a un grupo de artistas que se daban cita para tratar asuntos relacionados con el arte y la cultura en general. Escritores como Raúl Manríquez Moreno, José Luis Domínguez, Andrés Espinosa, Dolores Guadarrama, Leopoldo Zapata Villegas, Juan Marcelino Ruiz Acosta, por nombrar algunos; pintores como Manuel Cordero, Esteban López Quezada, Manuel Rosario Cruz, Julio Yáñez, Juan Manuel Rodríguez, entre otros, quienes han marcado su huella fuertemente en la historia de la cultura en nuestro municipio, trascendiendo más allá de sus fronteras..
El ya clásico “Café San Luis”, de la calle 4ª, entre las avenidas Allende y Morelos, que también funge como restaurante.
Y qué decir de los ya tradicionales cafés de los hoteles Unión y Tarahumara, quienes albergan en su respectivo restaurante a varios comensales cuya característica común es beberse varias buenas tazas de café como aperitivo y como inspiración para iniciar la charla.
El restaurante y cafetería “La fogata”, ubicado por la avenida Allende, entre la Agustín Melgar y 3ª, y que por la contratación continua de músicos y vocalistas talentosos, se ha convertido en café cantante al cual acuden los jóvenes en fines de semana.
Misma modalidad de café cantante también ha sido adoptada por el prestigiado “Café Santa Cruz”, de la avenida Hidalgo y calle 11ª, en el cual, dos o tres veces por semana se dan cita los devotos de la trova y de la balada modernas. Hubo también un café que no prosperó por su ubicación, se llamaba “Soho” y estaba ubicado por la calle 5ª, entre las avenidas Rayón y Aldama, Soho, cabe recordar, era un barrio cultural muy activo de Londres durante el siglo XIX donde concurrían los artistas más renombrados de esa época. Más reciente aún, el café de la librería “Don Quijote”, de la avenida Morelos y calle 13ª, que más bien podría llamarse como en el Distrito Federal, cafebrería o también cibercafebrería, por el uso de la internet o la lectura de un interesante libro, mientras se saborea un riquísimo café preparado por su propietaria.
Luego, más reciente aún, el café restaurante del parque Mirador, sucursal de Café Santa Cruz, desde donde la madre natura nos ofrece los mejores atardeceres y las puestas de sol más bellas en medio de esa gran vastedad de lo que es el valle cuauhtemense.
El café es el lugar idóneo para armar y desarmar las piezas del difícil rompecabezas que a veces se vuelve nuestra vida. En un café se han dado cita miles y miles de parejas que hoy están felizmente casados o también felizmente divorciados. En un café se hacen y deshacen las honras de las personas; se celebran cumpleaños; se comparte el último chascarrillo, se habla, como dice Catón en su columna, de política y cosas peores, por no escribir piores; en un café se busca novia o novio; se terminan las relaciones, tal como lo atestigua la canción de los Apson: “Fue en un café, donde yo la dejé, fue en un café, donde la vi llorar”, o como en ese otro discurso a mitad de una sentida musicalización también ya muy antigua: “Aquí nadie se tiene que sentir culpable, por favor, no llores más, la gente nos mira... es lo mejor para los dos... lo nuestro ya se estaba convirtiendo en una rutina y el amor, el amor es otra cosa...”, o esa maravillosa pieza popularizada por el rey de la bachata, Juan Luis Guerra, “Ojalá que llueva café”.
El café ha sido inspirador de músicos, novelistas, poetas y locos. De modo que, si usted, estimado lector, se encuentra por primera vez en una ciudad y quiere conocer donde se encuentra el corazón de la vida política, artística y social, dígale al taxista que lo lleve al mejor café citadino. Usted llegará, se acomodará, ordenará su café predilecto y si no descubre a alguien escribiendo o con su guitarra en la mano, pronto verá aparecer por la puerta de entrada a algún poeta o algún pintor o algún escultor o cantante que vaya a animarle un poco la existencia. No en balde una telenovela exitosa aún reciente se llamó “Café con aroma de mujer”, no en vano un grupo musical igualmente exitoso se llama “Café Tacuba”, no por nada el escritor español y premio Nobel 1981, Camilo José Cela, uno de los principales renovadores de la prosa en castellano del siglo XX, escribió ese relato maravilloso titulado “Café de artistas”. El autor de “La familia de Pascual Duarte”, “La colmena” y “Viaje a la Alcarria”, entre otras, con un lenguaje irónico, divertido y ameno, nos brinda, en “Café de artistas”, una panorámica humorística de ese ambiente sabrosón que se vive en los cafés, que no cafetines, ni cafetuchos de mala muerte.
Quizás la única nota mala de entre tantas buenas respecto a los cafés, es la invasión de ese espacio de la televisión encendida y sintonizada en canales amarillistas, o la puesta de música de muy baja calidad estética y de contenido, que impiden el desarrollo de una buena conversación entre los concurrentes y comensales. En los cafés sólo la voz humana es la que debería privar y el de las cafeteras listas, arrojando vapor. Otro tipo de sonidos artificiales es un artero crimen contra la naturaleza para la que fueron creados los cafés.
Termino pues, esta editorial, estimado lector, disponiéndome a disfrutar un sabroso café en compañía de mis amigos, ahora que la tarde va languideciendo, invitándole a que usted haga lo propio. Nada hay como esta excelente infusión, aderezada con una buena charla, nada se le compara, éste es uno de los placeres más grandes que el ser humano puede disfrutar. Ideas, recuerdos, humo, bebida caliente. Qué sería de nuestra vida rutinaria sin café y sin el café. Por todo ello, que tenga usted hoy muy buen provecho.